asi, que, por amistad, se ganaron el privilegio de ser los primeros...

Reflexiones y otras hierbas de un hombrecillo gris atrapado en un mundo gris... pero sin Cruz Roja...
A este ingles le dule la guerra... a mi tambien... a este ingles le gusta escibir, a mi tambien... Pero el elige mejor las palabras, asi que los invito a leer un segmento del Requiem de la Guerra.
Gorjearon los clarines
entristeciendo el aire de la tarde
y una mortecina respuesta se oyó .
...gorjearon los clarines.
Se oyeron voces de jóvenes cerca del río,
el sueño los abrazó en medio del ocaso...
...las sombras del mañana
pasan sobre los hombres.
Voces de antiguos desalientos,
de renuncias,
sometidas por la sombra del mañana...
Hemos caminado amistosamente hacia la muerte,
nos sentamos y comimos con ella, fría y amarga.
Disculpamos sus bruscos modales.
Olimos el verde hedor de su aliento.
Nuestros ojos lloraron, mas el corazón siguió firme.
Nos escupió con balas y nos tosió metralla...
la maldijimos cuando cantó en el aire...
silbamos mientras nos rozaba con su guadaña...
¡La muerte jamás fue nuestra enemiga!
Reímos de ella, nos aliamos con ella, vieja amiga.
Ningún soldado puede luchar contra sus poderes.
Reímos, sabiendo que vendrían hombres mejores y guerras mayores.
¿Son entonces estos fornidos miembros y esta carne, tensa y aún tibia...
tan difíciles de reanimar?
¿Para esto se irguió de la arcilla?
Después del destello del relámpago del este,
después del estampido del fulgor sonoro del humo,
después que el repicar de los tambores del tiempo haya silenciado a las huestes
y los bronces del oeste hayan dado la señal de retirada.
¿Podrá la vida retornar a estos cuerpos?
¿Podrá Él anular la muerte y todas las lágrimas vertidas?
¿Podrá rellenar las venas vacías de vida con nueva juventud
y lavar, en algún líquido inmortal, el tiempo transcurrido?
Cuando exigí respuesta al viejo Tiempo, respondió breve:
"Mi cabeza cuelga inerte bajo el peso de la nieve"
Y cuando recurro a la tierra, ella me advierte:
"Mi corazón ardiente se encoge dolorido.
Es la muerte. Ni mis viejas cicatrices serán loadas.
Ni mis titánicas lágrimas, el océano ,serán secadas".
¿Qué fúnebres tañidos se ofrendan para estos que mueren como ganado?
Sólo la ira monstruosa de los cañones......
y el rápido tartamudeo de los rifles pueden escupir una apresurada plegaria.
No hay para ellos remedos de oraciones ,campanas o voces de lamento.
Sólo los coros estridentes y demencia desde las ululantes bombas...
y los clarines llamándolos desde sus oscuros cuarteles.
¿Qué cirios pueden encenderse para despedirlos?
No en las manos de los muchachos, sino en sus ojos,
brillará el sagrado resplandor de los adioses.
La palidez en las frentes de las muchachas será su mortaja.
En lugar de flores estará la dulzura de mentes silenciosas.
Y cada crepúsculo será como un lento cerrar de postigos.
Y así burlonamente empezaba una entrada en blog ajeno, de alguien que no conozco, y que, por mas que me pese, no me importa. Pero aun así me sentí tremendamente identificado (y antes de que algún familiar lea esto, ni yo ni mis hermanos-ninguno de ellos- se droga), entonces si ninguno se droga, y yo tampoco... pq entonces, sentirse identificado con algo tan general, y amarillista como eso?
Simple, vivo con 3 personas y no se si los conozco, tengo dos hermanos mas y estoy seguro de que no los conozco tanto o mas que a un amigo, y lo preocupante de todo esto, radica en que realmente no estoy seguro hasta que punto es culpa mía, hasta que punto de ellos y donde entra el medio común... tampoco estoy seguro si quiero cambiar esto (para bien o para mal) y la vida se va ,como dijo Lennon, mientras estabas haciendo otra cosa.
En fin...
Saludos
Eugen Jebleanu (1911-?)
Rumania
Las voces de los pájaros de Hiroshima
-¿Dónde, dónde están?
-¿Quiénes?
-¿Dónde, dónde están?
-¿Quiénes? ¿Quiénes?
-¿Dónde están?
-¿Quiénes? ¿Quiénes?
-Los hombres...
-No sé. Mira, copos de ceniza...
Han volado todos...
-¿Adónde, adónde?
-No sé. Construyamosel nido.
-¿Dónde,
dónde,
dónde,
dónde,
dónde?...
Bertolt Brecht
Hay hombres que luchan un día
y son buenos,
Hay quienes luchan un año
y son mejores,
Hay quienes luchan muchos años
y son muy buenos,
Pero hay los que luchan toda la vida:
esos son los imprescindibles"
Knut Odegard
Noruega
La canción de la tierra
La tierra canta su canción cargada de tristeza.
Cuando florece la acedera, esquilamos
a las ovejas blancas y negras. Vuelven otra vez
a las verdes laderas.
Entrando en tiempos difíciles
lentamente sobre si misma. Cuando empieza a crujir la escarcha, salimos
a las pendientes de niebla azul
recogiendo nuestros sueños cotidianos. Entrando en tiempos difíciles,
Pero algo permanece. Quién alguna vez se pierde entre
el barranco oscuro y roto, encuentra oscuridad y escarcha.
Contempla la luna afilar su hoz sobre la tierra.
Traducción: Teresa Zegarro. Knut Odegard nació 1945 en Molde, Noruega. Estudió teología y filosofía
Marta Cwielong
BsAs, Argentina
yo veo la niña en su pobreza
desmentida, translúcida
su ojo se detiene en mis dedos largos
que desmenuzan la tierra
cavan olvidos
recogen pedazos en la casa
herida la memoria los recuerdos vagan
ella ve el libro que va y viene
ve, mi hombro desnudo
el hueco que deja en la cama
el frío en la noche
hambre de mi infancia
yo miento lo que escribo
la niña en el andén
mi mirada
harta de vernos
dedibujadas
Argentina
yo quería decirle stop stop
pero él hablaba de una paloma
adesso parli della colomba?
qué paloma? cual? le preguntaba
y el encendía mi sangre de ganas de ser otra
paloma paloma paloma yo
ya no seré paloma que vuela
no tendré alas para batir el aire las perdí
se fueron por el vortice de una tormenta
solo quietud en el nido
vacío el nido
paloma yo? no! paloma otra paloma
la que pintó Picasso
antes que sintiera
que le estaban dando en el corazón
y él me decía
bajé a la paloma de Picasso
Picasso eres tu –dije-
si no te diste cuenta
quién sino yo te lo diría?
Inocente
solo y solo
coloquio sin interlocutor
sonido sin oídos que te escuchen
desprevenido artista sin saber que eres pintor
de sueños de papel de seda
sueños de azúcar morena con aroma a canela
inadvertido desprovisto
caminas pensando que bajaste una paloma
la paloma de Picasso –dices-
sin saber que ella te apuntó
al centro del ser que no tiene
un lugar donde vivir sueños de papel
con aroma a canela
y te dejó temblar por la incertidumbre
de su no-amor solo
te dejó temblando en tus sueños
pobre de ti y de tus sueños
pobres sueños
bajé a la paloma – dices-
yo la paloma con final de paloma
te declaro inocente
y te nombro Picasso
Eduardo Dalter
(Salmo 2000)
Un desocupado, Dios, es una pieza única
que hace a tiempo completo su trabajo;
una pieza insustituible
a todo el engranaje;
una mudez; un grito; un balbuceo;
un canal nivelador
que espera aguas,
aparentemente más cerca de la sequedad
y el olvido
que de la administración planificada
de riquezas.
Un desocupado, Dios, con su desierto
y su niebla,
vital a este equilibrio de espejismo,
donde cada cosa empuja o devora
a cada cosa.
Se repite, se confunde, y se alza
ya como discurso
de escena, que el desocupado está
desocupado
de toda función o todo uso,
mientras la máquina infernal, abismal,
ahonda el pozo.
En las fiestas de casamiento yo soy el que se queda solo, sentado a un costado de la mesa, mientras los demás bailan fingiendo que son un trencito. Yo soy ése porque en la vida hay roles que debemos cumplir. Alguien debe ser el borracho que da vergüenza ajena, y alguien tiene que ser la yegua omnipresente con el vestido rojo, y alguien tiene que ser el novio, y alguien tiene que ser la bisabuela que fuma, y alguien tiene que ser un primo que vino desde Boston especialmente a la boda. Yo soy el aburrido de la mesa del fondo. Y no me quejo.
En realidad sí me quejo, pero no en ese momento, sino cuando me llega la invitación, unas semanas antes. En general mi vida es tranquila, previsible y cómoda. También solitaria. La llegada de una invitación indeclinable a lo que sea funciona en mi cabeza como si me echaran encima una bolsa de mierda. Me tambalea cualquier invitación. Pero las que tienen que ver con una fiesta, y de casamiento, me desmoronan.
Hay personas que tenemos una enorme dependencia del futuro inmediato, que vivimos gracias a la certeza de que ocurrirán pequeñas maravillas en poco tiempo. Por ejemplo: yo sé que en menos de once meses hay un Mundial, y muchas veces me levanto de la cama sólo por eso. O porque mi hija en cualquier momento conversará conmigo. Son detalles luminosos. Tener que ir a una fiesta de casamiento dentro de dos semanas me predispone en sentido contrario. Me amarga la vida, la llena de tormenta.
No me preocupa la idea de conseguir un traje, ni de tener que hacer un regalo. Ni siquiera pienso en eso porque ya alguien lo hará por mí. Me agobia saber que tendré que estar allí esas cuatro horas. Es únicamente eso: la sensación de pánico que me produce ver tan de cerca al ser humano convertido en trencito.
Intentaré ser claro: las tres deformaciones humanas que más miedo me dan en todo el mundo son los borrachos que te agarran, la gente grande que te cuenta chistes y los parientes lejanos.
Las fiestas de casamiento son un lugar en el que, por alguna razón misteriosa, se juntan estos tópicos nefastos. Incluso tengo un tío segundo que, él solito, cumple los tres roles maléficos de ser borracho, sospecharse gracioso y llevar mi ADN, todo al mismo tiempo.
Después de días de masticar la impotencia de tener que ir, cuando finalmente llego a la fiesta toda mi angustia se desvanece. Como dije, funciono a base de futuros felices. Y una vez que estoy ahí, con un traje horrible, con una sonrisa falsa, descubro que al día siguiente todo habrá pasado y volveré a mi vida de serenidad. Eso me alivia mucho, y desarrollo mi rol con cierta dignidad apresurada.
Mi rol en los casamientos, como dije al principio, es convertirme inmediatamente en el aburrido de la fiesta. Esto consiste, principalmente, en no reírle los chistes a nadie, en no emborracharme, en no participar en las conversaciones masculinas que giran en torno a cogerse una prima de la novia, y en no bailar ni a punta de pistola. También consiste en mirar con los párpados entrecerrados los ritos que ocurren a cada hora: el vals, la liga, la torta, el ramo, el saca la mano antonio, el cuñado gracioso y la invitación a tomar merca de un tipo que en la vida diurna te parecía respetable. Yo nada. Impertérrito. Mi función consiste en fingir que no estoy allí.
Como todo el mundo sabe, cada rol tiene un antagonista. Por ejemplo: la señorita que ocupa el rol “yegua omnipresente con vestido rojo”, que por lo general es una separada joven que, mires para donde mires, la ves bailando; tiene su antagonista en el tipo grande que cumple el rol de “baboso con corbata en la cabeza que se sospecha inmortal” y que está siempre con un vaso de wisky porque asegura que le ha pagado al mozo para que le sirva del bueno.
Por tanto, y al igual que en la dramaturgia clásica, hay roles pasivos y roles activos. La yegua de rojo y yo somos pasivos: estamos ahí para ser vistos y que los demás no intuyan que falta algo. Los roles activos, en cambio, están en las fiestas para ser sentidos y padecidos.
El baboso es un antagonista activo y debe molestar a la yegua. Está escrito. Su consigna secreta, su tarjetita del TEG, dice: “Ocupá seis países de Asia o cogéte a la de rojo en un ligustro”. Y el baboso con corbata en la cabeza va hacia donde lo manda el instinto natural.
Yo también tengo un antagonista activo, y lo digo con pesar. Se trata de la simpaticona medio borracha que quiere sacar a bailar al aburrido. Ésa es su consigna en la fiesta. Sacarme a bailar; a toda costa.
Las chicas que cumplen el rol de “simpaticonas” no tienen ganas de bailar conmigo, ni de bailar a secas: ellas lo que quieren es convertirse en la que logró un imposible a base de simpatía. La simpaticona quiere demostrarle al mundo que yo no bailé con la yegua, ni con la novia, ni con nadie más que con ella. Y usará todas sus armas, que en general son siempre las tetas y su premeditado vaivén, para conseguirlo.
No habrá excusa válida, no habrá argumento lógico, no habrá nada que la detenga durante toda la reputísima noche. La chica que quiere sacarte a bailar es capaz de sacrificar su orgullo, es capaz de malgastar cuatro horas de su vida diciendo la palabra "dale", con tal de hacerte la vida imposible.
Debo decir, con cierta vanidad, que hasta el día de hoy ninguna simpaticona lo ha logrado. Y conste que en ocasiones simpaticona y yegua conviven dentro de un mismo cuerpo físico. Pero mi voluntad en los casamientos es de hierro; es lo que tengo. Nunca he bailado. Nunca he sonreido. Sólo he fumado como un escuerzo, he bebido cocacola y he mirado el reloj hasta que alguien me ha dicho la frase redentora: “Voy para el centro, si querés te acerco”.
Otro antagonista directo de mi rol es el “denso al que todo el mundo le escapa”. Este papel infame suelen desarrollarlo mucho los cuñados, los funcionarios administrativos y los maridos cornudos. Son tipos normales hasta que promedia la cena, pero se conoce que el vino tinto los desquicia. Una vez que el tipo descubre que nadie más le ríe los chistes, y que por donde él pasa se hace un hueco, ve en el fondo del salón a la única presa sentada. Soy yo. Entonces viene, se invita, y empieza.
El denso generalmente está erecto. Me cuenta chistes sexuales, me saca un cigarro del paquete, me pega palmadas amistosas. Yo aprieto los dientes y miro la hora, porque sé que falta poco para que la simpaticona vuelva a intentar llevarme al baile. Es lo que llamo, en términos científicos, “simplificación de antagonistas”.
Cuando llega la simpaticona y yo le digo que no por enésima vez, el denso erecto borracho le enfoca las tetas vaivén, le dice groserías de albañil en hora punta y me la espanta. Una vez que la simpaticona se ha ido, miro al baboso como si fuéramos amigos de toda la vida y pronuncio la frase salvadora: “Esa mina está con vos, ¿viste cómo te miraba?”, y entonces él también se va a buscarla, y así los dos antagonistas naturales me dejan por fin solo, con mi sufrimiento ancestral. Sé muchísimos trucos como ése.
Y también hay muchos otros roles. Y todo el mundo tiene su antagonista pasivo o activo. Y podría seguir hasta que me caiga desmayado de dolor. Pero yo creo que, en el fondo, no elegimos estos papeles secundarios, sino que nos vienen de fábrica. Incluso el rol “novio” y el rol “novia” forman parte de un staff de personajes involuntarios. Incluso el rol “discjokey”. Todos.
Están allí, riendo, y ya son casi las cinco de la mañana... Siguen haciendo el trencito, beben, gritan, sospechan que se divierten. Cientos de personas oyendo una música que jamás pondrían en su propio tocadisco, bailando de una manera que no tiene gollete, brindando por cosas que no son la verdad.
Todos ellos, y yo también, estamos allí componiendo la coreografía del caos. Tenemos un mandato y lo cumplimos. A la yegua le ha tocado sacar a pasear un lomo, al consuegro le ha sido dada un chaleco enorme con reloj de oro, a los niños los han vestido idénticos y les han dicho troten alrededor de las mesas pegando alaridos, a una gorda le han dicho que llore porque no ha conseguido el ramo, a un morocho le han dicho vos poné el toque étnico, a un tarado le han propuesto que no lleve traje sino vaqueros para demostrar algo... Y a mí me dijeron andá a ese casamiento que necesitamos un aburrido; andá, sentate al fondo y pensá con resignación en quiénes somos y por qué vivimos.
Y no me quejo, porque alguien tiene que hacerlo: la vida sería un disparate si todos, absolutamente todos, fingiéramos al mismo tiempo que somos un trencito de imbéciles bailando la conga; si nadie se quedara quieto en la oscuridad, con gesto incrédulo, sintiendo fascinación por la condición humana.