viernes, septiembre 17, 2010

La dama y la muerte

La dama y la muerte from Derecho a Morir Dignamente on Vimeo.



Lindo corto español. Muy recomendable.
pd: no termina en el 1er final ;)

miércoles, abril 28, 2010

La langosta y el grillo (Batta to suzumushi, 1924)

La langosta y el grillo


Caminaba a lo largo del muro con techo de tejas de la universidad, cuando decidí cambiar de rumbo y marchar hacia el edificio de la facultad. Al cruzar la verja blanca que rodea el patio, desde un oscuro conjunto de arbustos, bajo unos cerezos que ya estaban negros, me llegó el canto de un insecto. Aminoré la marcha y presté atención a ese sonido, sin ganas de desprenderme de él, tanto que giré sobre mi derecha para no abandonar del todo el patio. Al volverme hacia la izquierda, vi que la verja se abría hacia un terraplén con naranjos y, al aproximarme a ese rincón, se me escapó una exclamación de sorpresa. Mis ojos, brillantes de curiosidad, descubrieron lo que se les revelaba y me apresuré con pasos ágiles.En el fondo del terraplén se mecía un racimo de hermosas linternas multicolores, como las que se ven en los festivales de remotas aldeas campesinas. Sin necesidad de más datos, me di cuenta de que se trataba de un grupo de niños participando de una cacería de insectos en medio de los arbustos. Eran como veinte linternas. No sólo las había carmesíes, rosas, violetas, verdes, celestes y amarillas, sino que alguna hasta brillaba con cinco colores al mismo tiempo. También había algunas rojas, de forma cuadrada, compradas en algún negocio. Pero la mayoría eran unas cuadradas y muy bellas que los propios niños habían fabricado con mucho amor y dedicación. Las linternas que se balanceaban, el grupo de niños en esa solitaria colina, ¿no componían acaso una escena digna de un cuento de hadas?Cierta noche, uno de los niños de la vecindad había oído el canto de un insecto en esa colina. Se compró una linterna roja y volvió a la noche siguiente para buscarlo. A la siguiente, se le unió otro. Este nuevo compañero no podía comprarse una linterna, así que hizo cortes en el frente y la parte posterior de un cartón y, empapelándolo, colocó una vela en la base y le ató una cuerda en la parte superior. El grupo creció a cinco, y en seguida a siete. Aprendieron a colorear el papel que tensaban sobre el cartón ya cortado, y a dibujar sobre él. Luego estos sabios niños artistas, cortando de hojas de papel formas como redondeles, triángulos y rombos, y coloreando cada ventanita de un modo distinto, con círculos y diamantes rojos y verdes, lograron un diseño decorativo propio y completo. El niño de la linterna roja pronto la descartó por ser un objeto sin gusto que se podía comprar en cualquier negocio. El que se había fabricado la suya la desechó porque juzgó su diseño demasiado simple. Lo ideado la noche anterior resultaba insatisfactorio a la mañana siguiente. Cada día, con tarjetas, papel, pinceles, tijeras, navajas y cola, los niños hacían nuevas linternas que surgían de su mente y su corazón. ¡Mira la mía! ¡Que sea la más bella! Y cada noche salían a su cacería de insectos. Eran los niños y sus lindas linternas lo que estaba viendo ante mí.Extasiado, me quedé dejando correr el tiempo. Las linternas cuadradas no sólo tenían diseños pasados de moda y formas de flores, sino que los nombres de los niños que las habían construido estaban calados en caracteres rectos de silabario. A diferencia de los pintados sobre las linternas rojas, otras (hechas con cartulina gruesa recortada) llevaban sus dibujos sobre el papel que cubría las ventanitas, de modo que la luz de la vela parecía emanar de la forma y el color del dibujo. Las linternas resaltaban las sombras de los arbustos. Y los niños se acuclillaban ansiosos en esa colina dondequiera que oyeran el canto de un insecto.—¿Alguien quiere una langosta?Un chico, que había estado escudriñando un arbusto a unos tres metros de los otros, se irguió de improviso para gritar esa frase.—Sí, dámela.
Seis o siete niños se le acercaron corriendo. Se amontonaron detrás del que la había hallado, intentando espiar dentro de la mata de plantas. Restregándose las manos y estirando los brazos, el muchacho se quedó de pie, como custodiando el arbusto donde estaba el insecto. Balanceando la linterna con la mano derecha, volvió a convocar a los otros niños.—¿Nadie quiere una langosta? ¡Una langosta!—Yo la quiero.Cuatro o cinco chicos más llegaron corriendo. Parecía que nadie podría haber cazado un insecto más precioso que una langosta. El muchacho gritó por tercera vez.—¿Nadie más quiere una langosta?Otros dos o tres se aproximaron.—Sí, yo la quiero.Era una niña, que se ubicó justo a espaldas del chico que había encontrado el insecto. Dándose vuelta graciosamente, éste se inclinó hacia ella. Pasó la linterna a su mano izquierda y metió la derecha en el arbusto.—Es una langosta.—Sí, la quiero tener.El chico se puso de pie de un salto. Como si dijera "aquí lo tienes", extendió el puño que aferraba el insecto hacia la niña. Ella, deslizando su muñeca izquierda bajo la cuerda de la linterna, envolvió con sus dos manos el puño del muchacho. Él abrió con presteza su puño. Y el insecto quedó atrapado entre el pulgar y el índice de la niña.—Oh, no es una langosta sino un grillo.Los ojos de la niña brillaron al mirar el pequeño insecto castaño.—Un grillo, un grillo.Los niños repitieron como un coro codicioso.—Un grillo, un grillo.Clavando su inteligente y brillante mirada en el chico, la jovencita abrió la jaulita que llevaba a un costado y depositó en ella al grillo.—Es un grillo.—Oh, sí, es un grillo —murmuró el chico que lo había capturado. Sostuvo la jaulita a la altura de sus ojos y observó el interior. A la luz de su bella linterna multicolor, también sostenida a la misma altura, observó el rostro de la niña.Oh, pensé, y tuve envidia del chico, y me sentí cohibido. ¡Qué tonto había sido yo al no comprender su acción! Y contuve la respiración. Había algo sobre el pecho de la niña, algo de lo que ni el niño que le había dado el grillo, ni ella que lo había aceptado, ni los niños que observaban se habían percatado.¿Acaso en la débil luz verdosa que caía sobre el pecho de la niña, no se leía claramente el nombre "Fujio"? La linterna del chico, que colgaba al lado de la jaulita de la niña, inscribía su nombre, grabado con navaja en la verde apertura empapelada, sobre el blanco kimono de algodón de ella. La linterna de la niña, que pendía blandamente de su muñeca, no proyectaba su inscripción con tanta claridad, pero era posible distinguir, en una temblorosa mancha roja sobre la cintura del muchacho, el nombre "Kiyoko". De este azaroso juego entre el rojo y el verde —fuera azar o juego— ni Fujio ni Kiyoko estaban enterados.Incluso si por siempre recordaran que Fujio le había dado el grillo y que Kiyoko lo había aceptado, ni siquiera en sueños llegarían a saber que sus nombres habían quedado inscriptos: en verde sobre el pecho de Kiyoko, en rojo en la cintura de Fujio.¡Fujio! Cuando ya te hayas convertido en un hombre, ríe con placer ante el deleite de una muchacha, a quien le han dicho que se trata de una langosta, y recibe un grillo; y r íe también con cariño de su desilusión al recibir una langosta cuando le habían prometido un grillo.Aun si tienes la astucia de buscar solo en un arbusto, alejado de los otros niños, debes saber que no abundan los grillos en este mundo. Probablemente encuentres una muchacha parecida a una langosta a quien veas como un grillo.
Seis o siete niños se le acercaron corriendo. Se amontonaron detrás del que la había hallado, intentando espiar dentro de la mata de plantas. Restregándose las manos y estirando los brazos, el muchacho se quedó de pie, como custodiando el arbusto donde estaba el insecto. Balanceando la linterna con la mano derecha, volvió a convocar a los otros niños.—¿Nadie quiere una langosta? ¡Una langosta!—Yo la quiero.Cuatro o cinco chicos más llegaron corriendo. Parecía que nadie podría haber cazado un insecto más precioso que una langosta. El muchacho gritó por tercera vez.—¿Nadie más quiere una langosta?Otros dos o tres se aproximaron.—Sí, yo la quiero.Era una niña, que se ubicó justo a espaldas del chico que había encontrado el insecto. Dándose vuelta graciosamente, éste se inclinó hacia ella. Pasó la linterna a su mano izquierda y metió la derecha en el arbusto.—Es una langosta.—Sí, la quiero tener.El chico se puso de pie de un salto. Como si dijera "aquí lo tienes", extendió el puño que aferraba el insecto hacia la niña. Ella, deslizando su muñeca izquierda bajo la cuerda de la linterna, envolvió con sus dos manos el puño del muchacho. Él abrió con presteza su puño. Y el insecto quedó atrapado entre el pulgar y el índice de la niña.—Oh, no es una langosta sino un grillo.Los ojos de la niña brillaron al mirar el pequeño insecto castaño.—Un grillo, un grillo.Los niños repitieron como un coro codicioso.—Un grillo, un grillo.Clavando su inteligente y brillante mirada en el chico, la jovencita abrió la jaulita que llevaba a un costado y depositó en ella al grillo.—Es un grillo.—Oh, sí, es un grillo —murmuró el chico que lo había capturado. Sostuvo la jaulita a la altura de sus ojos y observó el interior. A la luz de su bella linterna multicolor, también sostenida a la misma altura, observó el rostro de la niña.Oh, pensé, y tuve envidia del chico, y me sentí cohibido. ¡Qué tonto había sido yo al no comprender su acción! Y contuve la respiración. Había algo sobre el pecho de la niña, algo de lo que ni el niño que le había dado el grillo, ni ella que lo había aceptado, ni los niños que observaban se habían percatado.¿Acaso en la débil luz verdosa que caía sobre el pecho de la niña, no se leía claramente el nombre "Fujio"? La linterna del chico, que colgaba al lado de la jaulita de la niña, inscribía su nombre, grabado con navaja en la verde apertura empapelada, sobre el blanco kimono de algodón de ella. La linterna de la niña, que pendía blandamente de su muñeca, no proyectaba su inscripción con tanta claridad, pero era posible distinguir, en una temblorosa mancha roja sobre la cintura del muchacho, el nombre "Kiyoko". De este azaroso juego entre el rojo y el verde —fuera azar o juego— ni Fujio ni Kiyoko estaban enterados.Incluso si por siempre recordaran que Fujio le había dado el grillo y que Kiyoko lo había aceptado, ni siquiera en sueños llegarían a saber que sus nombres habían quedado inscriptos: en verde sobre el pecho de Kiyoko, en rojo en la cintura de Fujio.¡Fujio! Cuando ya te hayas convertido en un hombre, ríe con placer ante el deleite de una muchacha, a quien le han dicho que se trata de una langosta, y recibe un grillo; y r íe también con cariño de su desilusión al recibir una langosta cuando le habían prometido un grillo.Aun si tienes la astucia de buscar solo en un arbusto, alejado de los otros niños, debes saber que no abundan los grillos en este mundo. Probablemente encuentres una muchacha parecida a una langosta a quien veas como un grillo.


Y. Kawabata

jueves, julio 02, 2009

11.La Garrapata

11. Garrapata

“El animal tiene memoria, pero ningún recuerdo”.
Heymann Steinthal

Los libros de Uexküll contienen a veces ilustraciones que tratan de sugerir la forma en que aparecería un segmento del mundo humano visto desde el punto de vista del erizo, de la abeja, de la mosca o del perro. El experimento es útil por el efecto de extrañeza que produce en el lector, obligado de golpe a mirar con ojos no humanos los lugares que le son más familiares. Pero tal extrañeza no ha adquirido nunca una fuerza expresiva similar a la que Uexküll supo imprimir a su descripción del ambiente del Ixodes ricinos, conocido vulgarmente como garrapata, que constituye ciertamente un vértice del antihumanismo moderno, digno de leerse junto a Ubu roi o Monsieur Teste.
El exordio tiene tonos idílicos:

“El habitante del campo que atraviesa a menudo bosques y malezas en compañía de su perro no puede dejar de encontrarse con un minúsculo animal que, colgado de una ramilla, espera a su presa, hombre o animal, para dejarse caer sobre la víctima y saciarse con su sangre… En el momento de salir del huevo, no está todavía completamente formado: le faltan un par de patas y los órganos genitales. Pero en este estadio es ya capaz de atacar a los animales de sangre fría, como la luciérnaga, apostándose en la punta de un hilo de hierba. Después de algunas mudas sucesivas, adquiere los órganos que le faltaban y puede así dedicarse a la caza de animales de sangre caliente. Cuando la hembra es fecundada, se arrastra con sus ocho patas hasta la extremidad de una pequeña rama, para precipitarse desde la altura justa sobre los pequeños mamíferos de paso o salir al encuentro de animales de mayor envergadura”. (Uexküll, 85-86)

Tratemos de imaginar, siguiendo las indicaciones de Uexküll, a la garrapata suspendida en su arbusto en un bello día de verano, inmersa en la luz solar y envuelta por todas partes por los colores y los perfumes de la flores del campo, por el zumbido de las abejas y de los otros insectos, por el canto de los pájaros. Mas, con todo, el idilio ya ha terminado, porque la garrapata no percibe absolutamente nada de todo eso.


“Este animal carece de ojos y sólo puede dar con su lugar de acecho gracias a la sensibilidad de su piel a la luz. Este salteador de caminos es completamente ciego y sordo y sólo el olfato le permite percibir la cercanía de su presa. El olor del ácido butírico, que emana de los folículos sebáceos de todos los mamíferos, actúa sobre él como una señal que le impulsa a abandonar su posición y a dejarse caer ciegamente en la dirección de la presa. Si la buena suerte le hace caer sobre algo caliente (que percibe gracias a un órgano sensible a una temperatura determinada), eso significa que ha logrado su objetivo, el animal de sangre caliente, y que ya no tiene necesidad más que del sentido táctil para encontrar un sitio que esté lo más limpio posible de pelos y hundirse hasta la cabeza en el tejido cutáneo del animal. Ahora ya puede chupar lentamente un chorro de sangre caliente”. (Ibid., 86-87)

Sería lícito suponer, llegados a este punto, que la garrapata ama el gusto de la sangre o que posee al menos un sentido para percibir su sabor. Pero no es así. Uexküll nos hace saber que los experimentos llevados a cabo en laboratorios en los que se utilizaban membranas artificiales llenas de líquidos de todo tipo, demuestran que la garrapata carece por completo del sentido de gusto: absorbe ávidamente cualquier líquido que tenga la temperatura justa, es decir, los treinta y siete grados correspondientes a la temperatura de la sangre de los mamíferos. Sea como fuere, el banquete de sangre de la garrapata es también su festín fúnebre, porque ya no le queda otra cosa que hacer que dejarse caer al suelo, depositar en él los huevos y morir. El ejemplo de la garrapata manifiesta con claridad la estructura general del ambiente que es propia de todos los animales. En este caso particular, la Umwelt se reduce a tres únicos portadores de significado o Merkmalträger: 1) el olor del ácido butírico contenido en el sudor de todos los mamíferos; 2) la temperatura de treinta y siete grados correspondiente a la de la sangre de los mamíferos; 3) la tipología de la piel propia de los mamíferos, provista en general de pelos e irrigada por vasos sanguíneos. Pero la garrapata está inmediatamente unida a esos tres elementos en una relación tan intensa y apasionada como acaso no sea posible encontrar en las relaciones que vinculan al hombre con su mundo, muchísimo más rico en apariencia. La garrapata es esta relación y no vive más que en ella y para ella.
Solo en este punto Uexküll nos hace saber además que en el laboratorio de Rostock se mantuvo con vida durante dieciocho años sin alimentación a una garrapata, es decir, en condiciones de absoluto aislamiento con respecto a su medio. El autor no ofrece ninguna explicación de este hecho singular, y se limita a suponer que en este “período de espera” la garrapata se encuentra en “una especie de sueño semejante al que nosotros experimentamos cada noche”, salvo para extraer después la consecuencia de que “sin un sujeto viviente el tiempo no puede existir”(Uexküll, 98). Pero ¿qué pasa con la garrapata y su mundo en este estado de suspensión que dura dieciocho años? ¿Cómo es posible que un ser vivo, que consiste enteramente en su relación con el medio, pueda sobrevivir cuando se le priva absolutamente de él? ¿Y qué sentido tiene hablar de “espera” si no hay tiempo ni mundo?


Extracto de "Lo abierto" por G. Agamben.

jueves, octubre 02, 2008

La prisa es la maldición del siglo

por Eugeni Evtushenko

La prisa es la maldición del siglo
y el hombre secando el sudor
por la vida va y viene como el alfil caído
acorralado en un jaque mate.

Presurosamente beben,
presurosamente aman,
denigras el alma
presurosamente golpean,
con prisa matan
y después se arrepienten
presurosamente.

Pero tú, aunque sea una vez, en el mundo que duerme o hierve, detente como un caballo cubierto de espuma presintiendo en las pezuñas el abismo. Detente en mitad del camino, cree en el cielo como juez, piensa, si no en Dios, simplemente en ti mismo.

Bajo el murmullo
de las hojas secas,
bajo el ronco silbar
de locomotoras,
entiende, corredor desgraciado:
el que se detiene es grande.

Hay fuerza en la indecisión
cuando por el falso camino
adelante falsamente te alumbran
y tú no te decides a ir.

Cuando a ti te empuja la maldad al olvido de tu propia alma, al deshonor del disparo y la palabra, no te apures, no concluyas.

Hombre de nombre santo,
levanto los ojos con una oración
en medio del libertinaje, la ruina,
detente, detente.

jueves, agosto 28, 2008

Igualdad de generos en el año 1879

(...)

El: Abandonar tu hogar, tu marido, tus hijos... ¿y no piensas en el que dirán?
Ella: No puedo pensar en esos detalles. Solo se que me es indispensable ir...

El:!Es odioso! !Traicionar así los deberes más sagrados!
Ella:¿A que llamas tu mis deberes más sagrados?

El: ¿Necesitas que te lo diga? ¿No son tus deberes más sagrados tu marido y tus hijos?
Ella: Tengo otros deberes no menos sagrados.

El: No los tienes ¿que deberes son esos?

Ella: Mis deberes conmigo misma.

El: Ante todo eres esposa y madre.

Ella: Yo no creo eso. Creo que ante todo soy un ser humano, igual que tú,... o al menos, debo intentar serlo. Sé que la mayoría de los hombres te darán la razón , y que algo así esta escrito en los libros. Pero ahora no puedo conformarme con lo que dicen los hombres y con lo que esta escrito en los libros. Tengo que pensar por mi cuenta en todo esto y tratar de comprenderlo....

(...)

"Ella" es Nora,
"El" es Helmer (su marido)

Lo que leyeron ocurre en el 3er acto de la obra del dramaturgo noruego E. Ibsen titulada "Casa de muñecas", que fue estrenada en 1879.
Más de 200 años despues sus lineas impactan por su actualidad, o más bien, por lo imperecedero del problema.

saludos!

miércoles, agosto 27, 2008

La realidad

Dicho sea de paso:
La realidad esta vedada por la vida







Saludos!

lunes, julio 21, 2008

Arte?

Bueno, durante mucho tiempo traté de definir al arte...
Que es el arte?
Cuando algo es arte?

No es mi intención cambiar su definición por la mía, sino invitarlos a reflexionar sobre el arte desde mi perspectiva:

Creo que el arte es la materialización a travez de algún tipo de intervención con el plano exterior (es decir, "llevado al mundo material") de las sensaciones y sentimientos del artista.

Nada más ni nada menos .

Saludos a todos